Memoria: Beata Virgen María del Rosario
El Rosario nació del amor de los cristianos por María en la época medieval, quizás en el tiempo de las cruzadas en Tierra Santa. El objeto que sirve para rezar esta oración, es decir, la corona, es de origen muy antiguo.
Los anacoretas orientales (anacoreta se llama a un religioso que abandona la vida activa y se aleja de los hombres, viviendo aislado una vida ascética y de contemplación) usaban piedrecitas para contar el número de las oraciones vocales.
En los conventos medievales, los hermanos laicos, dispensados de la recitación del salterio por su escasa familiaridad con el latín, integraban sus prácticas de piedad con la recitación de los “*Padrenuestros*”, para cuyo conteo, San Beda el Venerable, había sugerido la adopción de un collar de cuentas ensartadas en un cordel.
Luego, narra una leyenda, la Virgen misma, apareciéndose a Santo Domingo, le indicó en la recitación del Rosario un arma eficaz para derrotar la herejía albigense. Nació así la devoción a la corona del rosario, que tiene el significado de una guirnalda de rosas ofrecida a la Virgen.
Cofradía del Rosario
Los promotores de esta devoción fueron de hecho los dominicos, a quienes también se les atribuye la paternidad de la *Cofradía del Rosario*.
Fue un papa dominico, San Pío V (Antonio Michele Ghislieri, 1566-1572), el primero en alentar y recomendar oficialmente la recitación del Rosario, que, en poco tiempo, se convirtió en la oración popular por excelencia, una especie de “*breviario del pueblo*”, para ser recitado por la noche, en familia, ya que se presta muy bien para dar una orientación espiritual a la liturgia familiar.
La celebración de la festividad de hoy fue instituida por San Pío V en 1572 (bula *Salvatoris Domini*) para conmemorar la victoria obtenida el 7 de octubre de 1571 en Lepanto contra la flota turca (inicialmente se decía “Santa María de la Victoria”); ese año cayó en domingo. Posteriormente, en 1716, se extendió a la Iglesia universal, y fue fijada definitivamente al 7 de octubre por San Pío X (Giuseppe Sarto, 1903-1914) en 1913.
La *“Fiesta del Santísimo Rosario”*, como se llamaba antes de la reforma del calendario, compendia en cierto sentido todas las fiestas de la Virgen y, a la vez, los misterios de Jesús, a los cuales María estuvo asociada, con la meditación de quince momentos de la vida de María y de Jesús.
San Juan Pablo II
San Juan Pablo II (Karol Józef Wojtyła, 1978-2005), con la carta apostólica >>> Rosarium Virginis Mariae del 16/10/2002, añadió, a los Misterios Gozosos, Dolorosos y Gloriosos, los *Misterios de la Luz*, insertados entre los Gozosos y Dolorosos, llevando, por lo tanto, a veinte los momentos de contemplación de la vida de María y de Jesús.

Para Rezar: >>> Santorosario.net/
Fuente principal: santiebeati.it («RIV.»).
La **Virgen del Rosario de Pompeya** se celebra el **7 de octubre** y el 8 de mayo con el rezo de la Súplica solemne. El culto se remonta al siglo XIII y fue difundido gracias a la orden de los Dominicos. En 1572, el Papa Pío V instituyó la fiesta del Santo Rosario después de la victoria de Lepanto en 1571 por parte de la flota cristiana sobre los turcos musulmanes, que el Papa reconoció como mérito de la intercesión de María, a quien el Papa invitó al pueblo a rezar con la recitación del Rosario. Después de las apariciones de Lourdes, en 1858, donde la Virgen María alentó la práctica del Rosario, el culto se difundió con mayor intensidad.
El testigo y propagador más grande de la devoción del Rosario fue el **beato Bartolo Longo**, en otro tiempo abogado anticlerical (1841-1926). Durante sus estudios en Nápoles, abrazó el espiritismo. Una noche, presa de una gran crisis, por consejo de su amigo Vincenzo Pepe se dirigió al padre Radente, dominico, quien lo acompañó hasta agregarlo a la Tercera Orden de Santo Domingo. Bartolo, una vez licenciado, se dedicó a las obras de asistencia, haciendo voto de castidad. En este tiempo conoció a la condesa Marianna Farnararo De Fusco, quien quedó viuda a la edad de 27 años. Necesitada de un administrador para los bienes y de un preceptor para sus cinco hijos, involucró a Bartolo, quien se estableció en su residencia. Sin embargo, la situación ofrecía motivo de murmuraciones, por lo que los dos se casaron solo para silenciar los rumores, continuando viviendo como amigos. La condesa tenía propiedades y viviendas hasta Pompeya, y Bartolo, en calidad de administrador, se dirigía allí a menudo. En estos viajes se percató de la ignorancia de la gente, hasta el punto de dedicarse a la enseñanza, al catecismo y a la práctica del rezo del Rosario. Un día, sor María Concetta de Litala donó a Bartolo un viejo y descuidado lienzo que representaba a la Virgen del Rosario: él lo restauró y lo llevó a Pompeya, donde a partir del 13 de febrero de 1876 fue expuesto en una pequeña capilla. A causa de la multitud de peregrinos que acudían allí por las abundantes gracias y milagros que la Virgen concedía, la capilla resultó cada vez más pequeña, y así, ya el 9 de mayo de 1876, se construyó un nuevo templo, inaugurado en 1887. La imagen fue luego coronada con una diadema de oro por el Papa León XII.
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre de la casa de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: "Alégrate, llena de gracia: el Señor está contigo".
Ella se turbó mucho por estas palabras, y se preguntaba qué significaba aquel saludo. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre 33y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin". Entonces María dijo al ángel: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?". Respondiendo el ángel, le dijo: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios. Y he aquí, tu parienta Elisabet, en su vejez, también ha concebido un hijo, y este es el sexto mes para ella, la que era llamada estéril; porque nada hay imposible para Dios". Entonces María dijo: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra". Y el ángel se fue de su presencia (Lc 1,26-38).
Asombro
La liturgia nos sitúa hoy en la escuela de María, discípula predilecta del Señor Jesús. De ella aprendemos hoy, a la luz de la palabra del Evangelio, “el asombro”, la disponibilidad a dejarse maravillar por Dios. Ella se convierte en Madre aun siendo virgen, y Elisabet ya en el sexto mes, aun siendo anciana (Lc 1,36). El asombro permite a María dejar hacer a Dios, y esta disponibilidad le permitirá hacer florecer en ella al Esperado de las gentes.
Esta primera actitud de María nos enseña hoy, en la fiesta de la Virgen del Rosario, a saber confiarnos a la intercesión de la Virgen Madre, con el rezo del santo Rosario. Aquello que puede parecer humanamente imposible para nuestras solas fuerzas humanas, incluso a través de la gracia de María, toda batalla de la vida, ya sea interior o exterior, puede ser vencida.
Dirigir la mirada hacia lo alto
Junto al asombro, María nos enseña hoy a dirigir la mirada hacia lo alto. A fiarnos y confiarnos al Señor. Un gesto a través del cual reconocemos que no podemos hacerlo solos; que no somos artífices de nuestro destino, y que nos necesitamos los unos a los otros y, juntos, necesitamos a Dios. El Señor nunca nos deja solos, nos lo ha prometido, pero somos nosotros los que debemos creerlo primero, comenzando por despegar la mirada de las solas cosas de la tierra, aprendiendo a fijarla hacia el cielo, de donde nos viene la ayuda (cf. Sal 121).
Confiar en la oración del santo rosario es el signo a través del cual reconocemos que Dios actúa en nosotros y alrededor de nosotros y por intercesión de María podemos cultivar una “medida alta de la vida”. Creer es precisamente dar crédito a Quien todo lo puede; acoger su ayuda, reconociendo que no todo podemos hacerlo solos; fiarnos de Él incluso cuando sus designios no corresponden a los nuestros, hasta ofrecerse con confianza: “*He aquí la sierva del Señor. Hágase conmigo conforme a tu palabra*”.
El tiempo de Dios y el tiempo de los hombres
Una tercera enseñanza que extraemos de esta página evangélica, es aprender de María y con María a fiarnos del tiempo de Dios. Tiempo hecho también de silencio, de espera, de paciencia. Nosotros, que vivimos el tiempo del “todo y de inmediato”. Está el “*kronos*”, el tiempo de los hombres, marcado por las horas, por el hacer cotidiano. Es el tiempo en el que se consume el tiempo de modo voraz, superficial, apresurado. Una especie de “usar y tirar”. Luego está el “*kairós*”, el “momento justo, oportuno”, el momento de la ocasión, capaz de calificar cada instante. Es el tiempo que saborea con el tiempo, que pide ir al fondo de las cosas para que den fruto a su debido tiempo. Es el vivir con calidad cada encuentro, cada experiencia, porque es el tiempo del amor, de la escucha, de la atención al otro. Es el tiempo en el que cada uno no se deja vivir, sino que toma sus decisiones, aprovecha las ocasiones que se le dan para crecer, sabiendo crearlas y recrearlas, siempre que den sentido a la existencia. Este es el tiempo en el que vivir es donde vivir es amar. María nos educa a este tiempo. Nos enseña a dejarnos decantar de este ritmo frenético de la vida, para descubrir y saborear las cosas de Dios.
Oración
Bajo tu protección nos acogemos,
Santa Madre de Dios: no desprecies las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos de todo peligro,
¡oh Virgen gloriosa y bendita!
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