Miércoles de la I semana de Adviento
- San Francisco Javier patrón de las misiones (1506-1552)
- B. Johann Nepomuceno obispo de Trento (1777-1860)
- Santo del día
Primera Lectura
El Señor invita a todos a su banquete y enjuga las lágrimas de todos los rostros.
Del libro del profeta Isaías
Is 25,6-10a
Aquel día,
el Señor del universo preparará
para todos los pueblos, en este monte,
un banquete de manjares suculentos,
un banquete de vinos de solera,
manjares exquisitos, vinos refinados.
Él arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el paño tendido sobre todas las naciones.
Aniquilará a la muerte para siempre.
El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y borrará de toda la tierra la afrenta de su pueblo,
porque lo ha dicho el Señor.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios,
de quien esperábamos la salvación;
celebremos y gocemos con la salvación que nos trae.»
Porque la mano del Señor se posará sobre este monte.
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial
Sal 22 (23)
R. Habitaré en la casa del Señor por años sin término.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R.
Preparas una mesa ante mí
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R.
Aclamación del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Mirad, el Señor viene a salvar a su pueblo:
dichosos los que están preparados para el encuentro.
Aleluya.
El Evangelio del día 3 de diciembre de 2025
Jesús cura a muchos enfermos y multiplica los panes.
Del Evangelio según san Mateo
Mt 15,29-37
En aquel tiempo, Jesús llegó a la orilla del mar de Galilea, subió al monte y se sentó. Acudió a él mucha gente llevando cojos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos; los ponían a sus pies, y él los curaba. La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, caminar a los cojos y ver a los ciegos; y glorificaban al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión por la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino». Le dijeron los discípulos: «¿De dónde sacar nosotros en un despoblado tantos panes para saciar a tanta gente?».
Jesús les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?». Ellos contestaron: «Siete, y unos pocos peces». Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y se los dio a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos, y de los trozos sobrantes llenaron siete canastas.
Palabra del Señor.
Catecismo de la Iglesia Católica
§ 1402-1405 – Copyright © Libreria Editrice Vaticana
Nuestro pan en el desierto: la Eucaristía, prenda de la gloria futura
Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor, si por nuestra Comunión en el altar somos colmados “de toda gracia y bendición del cielo” [Canon Romano], la Eucaristía es también anticipación de la gloria celestial. En la última Cena, el Señor mismo llamó la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el Reino de Dios: “Os digo que ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre” (Mt 26,29). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía, recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia “El que viene” [Ap 1,4]. En la oración, implora su venida: “Marana tha” (1Co 16,22), “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20), “¡Venga tu gracia y pase este mundo!” [Didaché]. La Iglesia sabe que, ya desde ahora, el Señor viene en su Eucaristía, y que Él está allí, en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por esto celebramos la Eucaristía “expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi – esperando la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo” [Tt 2,13], pidiendo “reunirnos para gozar de tu gloria cuando, enjugada toda lágrima, veamos tu rostro y seamos semejantes a ti, y cantaremos por siempre tu alabanza, por Cristo, Señor nuestro” [Plegaria Eucarística III]. De esta gran esperanza, la de los “cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2P 3,13), no tenemos prenda más segura, ni signo más manifiesto que la Eucaristía. Cada vez que se celebra este misterio, “se realiza la obra de nuestra redención” [Lumen gentium, 3] y partimos “el único pan que es medicamento de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir para siempre en Jesucristo” [San Ignacio de Antioquía].
LAS PALABRAS DE LOS PAPAS
Hoy, en lugar de las multitudes recordadas en el Evangelio, están pueblos enteros, humillados por la voracidad ajena más aún que por su propia hambre. Ante la miseria de muchos, la acumulación de pocos es signo de una soberbia indiferente, que produce dolor e injusticia. En lugar de compartir, la opulencia desperdicia los frutos de la tierra y del trabajo del hombre. Especialmente en este año jubilar, el ejemplo del Señor sigue siendo para nosotros un criterio urgente de acción y de servicio: compartir el pan, para multiplicar la esperanza, proclama el advenimiento del Reino de Dios. De hecho, al salvar a las multitudes del hambre, Jesús anuncia que salvará a todos de la muerte. Este es el misterio de la fe, que celebramos en el sacramento de la Eucaristía. Así como el hambre es signo de nuestra indigencia radical de vida, así partir el pan es signo del don divino de la salvación. (…) Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre, porque su cuerpo es el pan de la vida eterna: ¡tomad y comed todos de él! (Papa León XIV – Santa Misa en la Solemnidad del Corpus Christi, 22 de junio de 2025)

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