Feliz cumpleaños Eugenio: 18 años en la alegría, donde siempre hay alegría
La tradición popular y algunos escritos famosos dibujan a los ángeles con alas, como seres divinos dotados del poder de volar, de elevarse en el aire, como los pensamientos, como la gracia, como el Espíritu Santo, como la libertad.
Pero todos, Evangelios incluidos, atribuyen a los ángeles las vestiduras blancas, luminosas, centelleantes, llenas de candor y luz.
Y es así como a menudo has sido soñado.
Y es así como te pensamos.
También hoy, que cumples 18 años.
La edad de la madurez, la edad adulta, la edad en la que uno se convierte en hombre y mujer.
En estos últimos meses hemos visto a tus mejores amigas y a tus amigos más íntimos dar ese salto hacia adelante, en la peregrinación de la vida, de esa vida de la que tú solo has dado unos pocos bocados.
Ha sido difícil, a veces imposible, cruzar la mirada de tus coetáneos mientras, con esfuerzo, pasaban las fotos de recuerdo de su infancia y tú estabas allí; para ellos, como para nosotros, ha sido un puñetazo en el estómago, casi como queriendo rebelarse contra un destino triste, nefasto, cruel, que selecciona ciertas flores en lugar de otras. Qué selección cruel: pero ¿quién realiza estas elecciones, quién nomina a esa mujer o a ese hombre para dejar la tierra? ¿Es un Dios misericordioso o es un tipo burlón e irónico que juega con los sentimientos?
Esta es la pregunta que los padres de pequeños y jóvenes ángeles nos hacemos todos los días: ¿por qué elegir a mi hijo, qué antinatural es, en lugar de a mí, viejo y aburrido padre, que al menos ya hemos consumido la mitad de nuestra existencia?
¿Por qué ella, por qué él, con toda la vida por delante?
La mejor respuesta que siempre me he encontrado es la del entrenador: ¿acaso el coach de un equipo no elige a los mejores elementos, los más jóvenes y fuertes para su equipo ganador?
Es lo mismo que siempre le he dicho también a Francesca, que con una mirada incrédula y atónita, asentía, triste.
Todas las mañanas enciendo la llamita de la ampolla de cristal delante de tu fotografía, esperando que tú también enciendas mi llama de vida, ya marchita por mi existencia rica en fuertes experiencias, tan fuertes que me han doblegado.
Pero no quebrado: todavía estoy erguido sobre mis hombros, que deben permanecer firmes para sostener el peso del crecimiento de tu hermana, aún adolescente, que está deseando alzar el vuelo hacia una vida nueva, hecha de recuerdos sí, pero de nuevas experiencias, olvidándose de hospitales, tratamientos médicos, quimioterapia y agujas en tus brazos, demasiado jóvenes e indefensos para aceptar todo lo que tuviste que soportar.
Tu madre y yo, la mamá y esposa tan aparentemente fuerte de la que los cuatro estamos orgullosos, con dificultad estamos saliendo del túnel negro y opaco que nos ha atenazado estos cuatro años.
Pero no es fácil quitarse de encima la melancolía, esa muerte aparente de la que muchos se visten para escapar de la vida real, quizás demasiado cruda y triste para ser vivida.
No es nada fácil levantarse de la cama por la mañana, sabiendo bien que se deja la seguridad de la noche, de la oscuridad, del silencio, de los sueños, hacia la vida verdadera hecha de incertidumbres, crueldad, algún diminuto e insignificante signo de afecto, a veces construido artificialmente, pero que poco dura en el tiempo.
No es en absoluto fácil lograr afrontar una vida sin tu vida, que por don del Señor, nos había sido confiada: no se entiende el sentido, si la muerte lo tiene.
Y entonces el todo en la fe es inevitable, es necesario, es zambullirse en el sentido de las cosas, para entender, para comprender. La fe te abre una puerta, a través de la cual logras ver por qué la luz ilumina tu camino, por qué la oscuridad no es mejor que la luz y por qué los silencios duelen cuando palabras de amor llenan el corazón.
Y comprendes por qué Dios es amor: esta es la solución al enigma. El amor. Solo mirando el crucifijo y comprender por qué extraño motivo ese hombre de unos 33 años haya donado la vida por los amigos y por toda la humanidad, logra abrir la mente a algo más grande, increíblemente loco y maravillosamente sublime como es el amor.
Hacer todo con amor, hacer todo por amor.
Y así nos levantamos por la mañana, por amor a Lussy, nuestra beagle que en silencio comprende nuestro estado de ánimo, hace su trabajo de perro, olfatea, mueve la cola y levanta la pata para hacer pipí, pero capta, comprende.
Y entonces por la mañana a veces ladra, casi para decir: “despertad, la noche ha terminado, la luz ha vencido a las tinieblas”
Y entonces me levanto, le sirvo su desayuno de croquetas y ella con una mirada de gratitud y afecto, me empuja a pesar mío a bajar al jardín para sus necesidades, que quizás es más la mía de salir al aire libre.
La frescura del aire matutino dona a mis venas ese escalofrío de vida que tanto necesita, y respiro profundamente casi como si fuera ese último aliento de vida que necesito.
Y siento la vida fluir en mí, mientras el perro me recuerda que hoy es otro día, con sus desafíos y sus dones.
La naturaleza es así: está allí, quieta, esperándonos, justamente para recordarnos que la vida nunca muere.
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