Para ti, que eres la luz en el agua
Te miro, tú me miras.
Dejo de respirar para poder escuchar la voz de tu respiración, el ritmo de tus alas.
No, no puedo oír. No lo oigo. Tal vez mi corazón todavía está sordo, seguramente mi corazón todavía no tiene oídos para escuchar.
Pero tú estás, estás allí más allá de esa pared, dentro de esa foto, para llenar la caja de mis recuerdos, de nuestros recuerdos, que es el ancla de mi vida.
Pero, ¿por qué, cada vez que el Señor entra en las bobinas de las aguas turbias de la melancolía, la obsesión, la amargura, el arrepentimiento, me salvas?
Permítanme hundirme, permítanme ahogarme en el inmenso mar de la soledad, el abandono, la impotencia.
Pero en mi camino habéis colocado lámparas, resplandores de luz, indicando el camino, cuesta arriba, hacia vosotros, hacia Eugenio, hacia el jardín.
“Pero Dios siempre puede dar sentido a nuestras vidas”.
Sí, tienes razón. Hundirse no ayuda, no es la dirección correcta.
La cumbre es la llegada, en la parte superior está el buen aire, la luz.
Dame tu mano, sácame una vez más, y yo seré tuyo, una vez más.

Y estaremos unidos, para siempre, tú y yo.
Eugenio Ruberto * 29 agosto 2006 + 17 octubre 2020
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